Hace unos 4600 millones de años,
una estrella cercana se transformó en supernova y su explosión envió una onda
de choque hasta la nebulosa protosolar incrementando su momento angular. A
medida que la nebulosa empezó a incrementar su rotación, gravedad e inercia, se
aplanó conformando un disco protoplanetario (orientado perpendicularmente al
eje de rotación).
La mayor parte de la masa se
acumuló en su centro y empezó a calentarse. Aumentó su velocidad de giro y
gravedad, originándose una enorme energía cinética en el centro. La
imposibilidad de transmitir esta energía a cualquier otro proceso hizo que el
centro del disco aumentara su temperatura.
Por último, comenzó la fusión
nuclear, de hidrógeno a helio, y al final, después de su contracción, se transformó
en una estrella T Tauri, nuestro Sol.
La gravedad producida por la
condensación de la materia, que previamente había sido capturada por la
gravedad del propio Sol, hizo que las partículas de polvo y el resto del disco
protoplanetario empezaran a segmentarse en anillos. Los fragmentos más grandes
colisionaron con otros, conformando otros de mayor tamaño que al final
formarían los protoplanetas.
Los protoplanetas no colisionaban
con el sol ya que su velocidad de giro contrarrestaba la gravedad, así nació
nuestro sistema solar.
Dentro de este grupo había un
planeta situado aproximadamente a 150 millones de kilómetros del centro, la
Tierra.
Finalmente el viento solar del
joven Sol esparció el gas y el polvo en el disco protoplanetario, diseminándolo
en el espacio interestelar, poniendo fin así al crecimiento de los planetas.
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